miércoles, 3 de septiembre de 2014

Confesión



Steve Martin como dentista en la película La tienda de los horrores (1986), de Frank Oz


-Verá, lo cierto es que soy una persona susceptible, a veces me molestan cosas sin importancia. También soy obsesivo, le doy muchas vueltas a todo. Pienso demasiado en lo que me preocupa, vaya. Añado que mis sucesivas historias de amor fracasadas me han dejado un tanto traumatizado. Pero lo peor de todo es que... además soy dentista... y no sólo eso... sino que, en ocasiones, mi trabajo me estresa.
-Qué barbaridad. En serio, qué barbaridad. ¿Cómo puedes levantarte por la mañana y mirarte en el espejo? Hijo mío, todo esto es demasiado grave, espero que comprendas que no te pueda dar la absolución. De manera que como penitencia tendrás que vagar en solitario eternamente por las tinieblas, y luego ya veremos. Ah, y cambia de trabajo, por Dios.


domingo, 31 de agosto de 2014

Visto y no visto



Prestidigitadora, de Patricia Viñó


Érase una vez una bella joven que además de bella y joven era prestidigitadora. Su truco favorito consistía en hacer desaparecer repentinamente a su novio para, poco después, hacerlo reaparecer muy sonriente entre los aplausos del público.

Sin embargo, cierto día ocurrió algo y el chico desapareció para siempre.

Ella sostuvo que la culpa había sido de él.

sábado, 19 de julio de 2014

domingo, 29 de junio de 2014

Los "kamikazes" nazis


En estos tiempos de incertidumbre e inestabilidad, qué mejor para tranquilizar los ánimos que hablar de kamikazes nazis.

Mucho se conoce sobre los kamikazes por excelencia, los japoneses, todos hemos oído hablar de ellos, pero lo de los pilotos suicidas germanos –sus aliados en la Segunda Guerra Mundial- es bastante menos sabido.

La idea de que los pilotos alemanes se matasen estrellándose contra las fuerzas enemigas surgió en 1943 y partió de tres personajes: el Oberleutnant (teniente) Heiner Lange, el SS-Obersturmbannführer (teniente coronel de las SS) Otto Skorzeny, y la piloto de pruebas Hanna Reitsch.


Otto Skorzeny



Hanna Reitsch

sábado, 14 de junio de 2014

Fantasía




A veces imagino que soy un piloto de caza de la Luftwaffe en plena Segunda Guerra Mundial. Lucho por mi país aunque me repugnen los nazis. Raquel es judía y permanece escondida con su hijo de cinco años, que para empeorar las cosas tiene un nombre ruso -Iván-. Su marido los abandonó hace años escapando de Alemania con otra mujer. No soy mal piloto, pero estoy harto de esta guerra y temo por la suerte de mi novia y su hijo. No puedo ver a Raquel tanto como quisiera, así que cuando lo hago trato de disfrutar del tiempo al máximo. Nos conocimos antes de la contienda, cuando ambos teníamos pareja. Yo me dedicaba a hacer acrobacias con una Bücker y cierto día, ella -siempre muy valiente-, quiso que le diera una vuelta por el aire. Le gustó tanto tocar el cielo conmigo que quiso repetir varias veces. Confieso que a mí me encantaba escuchar sus grititos y contemplar sus enormes ojos radiantes de felicidad cuando aterrizábamos. Tengo que añadir que no iniciamos la relación hasta que nuestras respectivas parejas se hubieron largado.

Una noche me decido a hacer algo. Voy a buscar a Raquel e Iván y los llevo al aeródromo. A hurtadillas, nos subimos a un avión biplaza -como el que utilizó Rudolf Hess para volar a Escocia- y escapamos a Suiza. Tras la guerra, nos vamos a vivir a Nueva Zelanda.

Qué sería de mí sin la épica.


miércoles, 11 de junio de 2014

Recordando Pearl Harbor (II)


Antes de nada, hay que tener en cuenta que existe una primera parte.


Hay un factor que influyó mucho en la actitud yanqui en todo este asunto, que fue el racismo y el desprecio que los estadounidenses sentían por entonces hacia los japoneses. Más que el ataque a Pearl Harbor, lo que de verdad sorprendió a las autoridades estadounidenses fue la capacidad organizativa y destructora de los japoneses. En diciembre de 1941 los yanquis esperaban una operación aeronaval nipona. Pero una. Japón emprendió siete a la vez, tres de ellas mayores (en Pearl Harbor, Filipinas y Malasia). Hay que pensar que hasta entonces los japoneses habían estado metidos desde hacía años en una guerra inacabable contra China, que era un país caótico y con una más que mediocre capacidad militar. Esa ineptitud japonesa para derrotar definitivamente a los chinos, unido a que eran orientales, hizo que antes de Pearl Harbor ni se pasara por la cabeza de los gerifaltes yanquis que Japón pudiera conseguir tantos éxitos militares y en tan poco tiempo como obtuvo a partir de entonces. El caza Zero, sin ir más lejos, fue una desagradable sorpresa, como veremos después.

Roosevelt, igual que Churchill, veían prioritario derrotar a Alemania antes que a Japón, pero es innegable que las autoridades yanquis esperaban un ataque japonés, aunque sólo fuese por los mensajes diplomáticos nipones descifrados y especialmente después de las condiciones exigidas por EEUU en noviembre (retirada de los japoneses de China e Indochina), condiciones que los yanquis sabían a ciencia cierta que Japón no aceptaría.

El diario del secretario de la Guerra, Henry L. Stimson, revela que el 25 de noviembre el gabinete de guerra de Roosevelt se reunió para discutir la manera de "dejar que Japón dispare primero".




El 27 de noviembre de 1941 el almirante Stark, Jefe de Operaciones Navales de los EEUU, envió un despacho a los almirantes de la flota del Pacífico advirtiéndoles de que las negociaciones con Japón habían fracasado y que la guerra era inminente. En concreto les advertía de posibles ataques japoneses contra Filipinas o las Indias Holandesas, y les ordenaba ejecutar un despliegue defensivo.

Y más aún: aquel mismo 27 de noviembre, un memorando firmado por el general Marshall y redactado por Stimson, recordaba al general Short que "los Estados Unidos desean que Japón cometa la primera acción manifiesta":




Los yanquis sabían de sobra que los japoneses iban a atacar. Puede que no supieran que el golpe inicial fuese en Pearl Harbor, pero sabían que iban a atacar. Además, para los japoneses eso de atacar los primeros ya iba siendo una tradición desde 1904. Lo que los Aliados no se pudieron imaginar ni en sus peores pesadillas fue que en apenas medio año las fuerzas japonesas lograran encontrarse a las puertas de la India y de Australia mientras su flota se hacía dueña del Pacífico y el Índico, como así ocurrió. Vamos, que subestimaron -y mucho- la capacidad militar del Japón.

Supongamos -y es mucho suponer- que a los yanquis ni se les pasara por la cabeza que los japoneses pudieran atacar Pearl Harbor. Lo que sí sabían seguro era que iban a ir a por las Indias Holandesas y las Filipinas, y tampoco allí los preparativos de defensa previos a la agresión nipona fueron desmesurados. Es decir, los Aliados pensaban que los japoneses atacarían como mucho en uno o dos lugares a la vez, y desde luego no de de la forma tan eficaz y devastadora como lo hicieron en Pearl Harbor y durante las semanas siguientes. Pero lo cierto es que entre el 7 y el 25 de diciembre de 1941 los japoneses atacaron Pearl Harbor y Wake, desembarcaron en las islas Gilbert, en Filipinas, en Guam, en Malasia, en Borneo y ocuparon Bangkok y Hong Kong. Además conquistaron Malasia en cuatro semanas. En enero de 1942 ocuparon Manila, desembarcaron en Nueva Guinea, en la isla de Célebes y en las Molucas. En febrero conquistaron Singapur, desembarcaron en Java y atacaron Port Darwin (Australia). En marzo ocuparon Rangún y conquistaron Java. En abril ocuparon Sumatra y en mayo conquistaron las Filipinas y Birmania. Para colmo, en los cinco meses que transcurrieron entre Pearl Harbor y la batalla del Mar del Coral, los japoneses hundieron a los Aliados dos portaaviones, un acorazado, ocho cruceros, un transporte de aviones, diecinueve destructores y una corbeta. He dejado aparte los buques hundidos en Pearl Harbor y los submarinos, buques menores y mercantes. A cambio, los nipones sólo perdieron veintitrés buques del tamaño de un destructor para abajo y un portaaviones ligero en el Mar del Coral. En el verano de 1942 los japoneses todavía desembarcarían en las Aleutianas y ocuparían Guadalcanal, en las islas Salomón.

Tal desastre para los Aliados más que de la sorpresa fue fruto de la incompetencia. Incompetencia de unos mandos políticos y militares, tanto yanquis como británicos, que subestimaron al enemigo. Incompetencia de unas fuerzas armadas estadounidenses muy inexpertas (como aún demostrarían a comienzos de 1943, en la batalla del paso de Kasserine, cuando los alemanes les dieron una buena tunda en Túnez). Un ejemplo: horas después del ataque a Pearl Harbor, los aviones japoneses atacaron la base yanqui de Clark Field, en Luzón. Ya no había sorpresa posible, en la base se habían enterado del ataque en Hawái, y sin embargo, los pilotos japoneses se encontraron con unas cuantas decenas de cazas y bombarderos yanquis perfectamente alineados junto a las pistas. Obviamente se pusieron las botas de destrozar aviones en tierra y en un rato privaron a los Estados Unidos de la mitad de su Fuerza Aérea de Extremo Oriente. Este suceso sería mucho más decisivo en las posteriores victorias victorias japonesas que el ataque a Pearl Harbor.



Las causas de esta falta de reacciones ante la agresión japonesa, incluso después de conocerse el ataque a Pearl Harbor, están en la incompetencia yanqui y el desprecio hacia los nipones, insisto. Desprecio que hizo, por ejemplo, que los yanquis considerasen en 1941 su caza naval Brewster F2A Buffalo superior al Zero japonés, a pesar de los informes existentes referentes a las actuaciones de éste en China desde 1940. Y luego el Zero le zurró la badana al Buffalo pero bien.




Hablemos pues del Zero.

El caza japonés Mitsubishi A6M Rei-sen (Caza Cero), o Zero-sen, Zeke en el código de identificación aliado, y más conocido por todo el mundo simplemente como Zero, comenzó a actuar en China en agosto de 1940. Aquel mismo mes, veinticuatro Zeros recorrieron sin escalas 1.850 kilómetros en una misión, lo cual era una auténtica barbaridad para la época. En aquel momento quizá era el mejor caza en servicio del mundo.




El 13 de septiembre de dicho año, trece Zeros se enfrentaron a veintisiete cazas chinos Polikarpov (de fabricación soviética, similares a los que habían combatido en España). Todos los cazas chinos fueron derribados y no se perdió ni un solo Zero.

El 4 de octubre, ocho Zeros derribaron cinco cazas y un bombardero, nuevamente sin sufrir pérdidas.

Al acabar el año, los Zeros habían derribado 59 aviones chinos y destruido 42 más en tierra. No se había perdido ni un caza japonés.

El 14 de marzo de 1941 los Zeros derribaron veinticuatro aviones chinos, una vez más sin perdidas propias. 

Antes de Pearl Harbor, los japoneses sólo perderían dos Zeros en China, ambos derribados por la artillería antiaérea, no por la aviación enemiga.

En China había observadores yanquis, soviéticos, británicos, franceses y de otros países. Hasta Pearl Harbor, los Zeros llevaron a cabo setenta misiones en China. Los japoneses pusieron sobre los cielos de China un total de 529 cazas Zero, en misiones que a veces suponían vuelos sin escala de dos mil kilómetros. Con ellos derribaron 99 aparatos chinos confirmados, además de destruir muchos más en tierra. Los restos de los dos Zeros derribados por la DCA quedaron en manos chinas, pudiendo así ser vistos por los observadores occidentales. Y sin embargo los Aliados no le prestaron atención, lo que tuvo como consecuencia que para ellos el caza nipón fuera una amarga sorpresa después de Pearl Harbor. El Zero era más ágil que todos sus oponentes, incluso superaba al Supermarine Spitfire británico, aunque éste fuera más rápido. El caza diseñado por Jirō Horikoshi logró una proporción de victorias de 12 a 1 en su favor. También tenía una autonomía prodigiosa, lo que le permitía aparecer en cualquier sitio donde hiciera falta.

La superioridad total del Zero permaneció hasta mediados de 1942, cuando los Aliados por fin se decidieron a desarrollar nuevas tácticas para combatirlo. Entre los años 1943 y 1944 quedó anticuado, pero la Armada Imperial Japonesa nunca lo sustituyó.

Voy a referirme ahora a otro episodio que demuestra que los desastres iniciales aliados frente a los japoneses no se debieron a falta de información sino, como siempre, a la incompetencia: la caída de la colonia británica de Singapur, en febrero de 1942.

En Malasia los japoneses siempre estuvieron en inferioridad numérica, aunque contaban con una división blindada y disfrutaban de superioridad aérea gracias al Zero. En Jitra dos batallones nipones derrotaron a la 27ª división india, y a costa de 27 muertos se apoderaron de 50 cañones y 3.000 prisioneros. Antes de llegar a Singapur, los japoneses estaban agotados y casi sin suministros, sin embargo los británicos les ayudaron mucho dejando en su retirada por doquier camiones, armas, víveres, combustible y carreteras y aeródromos intactos. 

Singapur debía de haberse evacuado una vez que los japoneses habían conquistado Malasia. Vamos, que estaba claro que era un lugar indefendible sin necesidad de descifrar previamente ningún mensaje nipón interceptado. Pero Churchill ordenó defenderlo para no tener que hacer frente a la vergüenza de perderlo sin lucha. Por una cuestión de honor, vaya. Antes del ataque ya estaban claras dos cosas: que los japoneses iban a atacar y que iban a vencer. Pero una vez más, como dice Raymond Cartier en su obra sobre la Segunda Guerra Mundial, la política violó a la estrategia. Copio lo que escribe al respecto:

En Londres, la ilusión de Singapur queda brutalmente desgarrada el 29 de enero [de 1942]. Ese día, el director del Gabinete militar de Churchill, el general sir Henry Ismay, ha encontrado a su jefe vomitando injurias contra los militares dignas de Adolf Hitler. Un cable de sir Archibald Wawell, reemplazando a Brooke-Popham en el mandato del Sudeste asiático, le acaba de revelar que Singapur es indefendible. Churchill echa espumarajos. ¿Cómo se han podido gastar 63 millones de libras en la construcción de una fortaleza que equivale a un barco sin fondo? ¿Cómo se han podido contentar con erizar Singapur de cañones exclusivamente dirigidos hacia el mar? En los tres años que duran las hostilidades, ¿cómo no se ha encontrado un general que construya fortificaciones de campo, excave fosos antitanque, mine el estrecho y ponga trampas en los pantanos? Los japoneses llegan a toda marcha. Han tomado Kuala Lampur, capital de la federación de Estados malayos. Se acercan al sultanato de Johore. Están en vísperas de atacar Singapur. ¿Y qué es Singapur? A naked island! ¡Una isla desnuda!

La pérdida de Singapur no fue cosa de si los Aliados descifraban mensajes o no, sino de incompetencia en grado sumo. En primer lugar por no construir defensas en el estrecho de Johor, que separa la isla de Singapur de la península de Malaca y que fue atravesado por los japoneses. En segundo lugar, porque el comandante de las fuerzas británicas, el general Percival, se empeñó en creer que el principal ataque japonés se iba a producir por el nordeste, a pesar de que todo apuntaba a que iba a ser por el noroeste, mucho más difícil de defender, y que fue por donde efectivamente se lanzaron en tropel los nipones.



Más ejemplos, aparte del de Singapur:

En la batalla del Mar de Java los Aliados estuvieron esperando a los japoneses, y si sufrieron una derrota naval catastrófica no fue debido a ninguna sorpresa, sino a la incompetencia y la baja moral.

En marzo de 1942 los británicos supieron que una flota japonesa al mando de Nagumo iba a atacar Ceilán. ¿Y cómo lo supieron? Pues descifrando los mensajes navales japoneses, claro. En vista de ello colocaron por allí dos portaaviones, un portaaviones ligero, cinco acorazados, dos cruceros pesados, cinco cruceros ligeros y dieciséis destructores. Era la Eastern Fleet, una escuadra bastante poderosa. Y estaba esperando a los japoneses. La flota de Nagumo constaba de cinco portaaviones, cuatro cruceros de batalla, dos cruceros pesados, un crucero ligero y ocho destructores. Y no tenía radar.

En los combates que se produjeron en abril, los británicos perdieron dos cruceros pesados (el HMS Dorsetshire y el HMS Cornwall), un portaaviones ligero (el HMS Hermes), un destructor (el HMS Vampire), una corbeta (el HMS Hollyhock) y un par de petroleros. Los japoneses no perdieron ni un barco.

Si tenemos en cuenta que los británicos estaban esperando, repito, a los japoneses (cosa que éstos ignoraban) y que además contaban con radar (los japoneses no), sólo podremos concluir que los británicos sufrieron tamaño desastre por ser unos auténticos patanes. Y suerte tuvieron de que los japoneses decidieran después retirarse del Índico.

Queda claro entonces que los desastres iniciales aliados frente a los japoneses fueron fruto de la incompetencia y del menosprecio hacia el enemigo, independientemente de los mensajes que se interceptaran y descifraran. Ahora bien, ¿no subestimaron también los japoneses a su rival teniendo en cuenta contra quién se metieron? Sí y no. Dejando aparte los aires de superioridad racial que impregnaban el Japón de la época (igual que ocurría en otras naciones por entonces), lo cierto es que el ataque a Pearl Harbor supuso una humillación y una inyección de odio y rabia a un país -los Estados Unidos-, que hasta ese momento tenía en su población un porcentaje de aislacionistas del cincuenta por ciento. Las diferencias referentes a la guerra entre los estadounidenses terminaron aquel 7 de diciembre. Los deseos de venganza quedaron grabados a fuego en una frase: Recordad Pearl Harbor




Los japoneses entraron en la campaña del Pacífico con un caza naval excelente (el Zero), el mejor torpedo existente entonces en el mundo (el Tipo 95) y una poderosa flota (eso sí, sin radar). Pero su mejor arma fue sin duda su altísima moral, conseguida, eso sí, a base de un lavado masivo de cerebros.

Como ya hemos señalado, la incompetencia aliada también ayudó mucho a los nipones en los primeros meses de campaña. Pero no es menos cierto que Japón también subestimó a los Estados Unidos gravemente. No obstante los militares japoneses eran conscientes de que no podrían ganar una guerra prolongada contra los yanquis, empezando por el almirante Isoroku Yamamoto, el hombre que ideó el ataque contra Pearl Harbor. La intención de Yamamoto fue asestar un golpe decisivo que anulara rápidamente la presencia militar estadounidense en el Pacífico, pero a la larga fracasó. Para empezar, los buques más importantes, los portaaviones, no estaban en la base en el momento del ataque. Para seguir, seis de los ocho acorazados presentes en la rada fueron reparados y volverían a entrar en servicio. Y para terminar, no se destruyeron los depósitos de combustible, ni los talleres, ni los almacenes, de modo que en unos meses la base volvió a estar plenamente operativa. Los líderes japoneses pudieron empezar a hacerse una idea de lo que les esperaba cuando ya en abril de 1942 el teniente coronel Doolittle llevó a cabo el primer bombardeo estadounidense sobre Japón. Los daños materiales fueron mínimos, pero los efectos psicológicos sobre los nipones fueron enormes.




El propio Yamamoto, que siempre se mostró contrario a la guerra, moriría en 1943 al ser interceptado y derribado el avión en el que viajaba por cazas enemigos que le estaban esperando. Los yanquis se habían enterado de su vuelo tras descodificar un mensaje japonés.




Como conclusión final, lo cierto es que Roosevelt consiguió que su país entrara plenamente en la Segunda Guerra Mundial (aunque los EEUU llevaban varios meses envueltos en una guerra naval de facto contra Alemania), tal y como él como quería, cosa que no hubiera logrado si nadie les hubiera atacado.

Es verdad que falta la prueba decisiva acerca de si las autoridades yanquis conocían el ataque a Pearl Harbor de antemano, aunque repito que no sabemos toda la verdad sobre el asunto porque no ha salido aún a la luz. Pero la imprevisión y la falta de respuesta ante la acometida japonesa, tanto en Pearl Harbor como en el resto de lugares atacados, se deben más bien a la incompetencia, no a la sorpresa.

El ataque japonés contra la base estadounidense convirtió la guerra en mundial, un conflicto que acabó siendo el peor de la historia de la humanidad y que transformó a los Estados Unidos y la Unión Soviética en superpotencias. Japón fue derrotado y terminó sufriendo dos bombardeos nucleares -casualmente Roosevelt tomó la decisión de seguir adelante con el proyecto de la bomba atómica el 6 de diciembre de 1941, la víspera de Pearl Harbor-, aunque en los años de la posguerra alcanzó por medio del trabajo, la industria y el comercio los objetivos que no había podido obtener con una guerra devastadora.

Las autoridades niponas, por supuesto, jamás han perdido perdón.


A date which will live in infamy...





Actualizado el 8 de febrero de 2017.


Más información:

-Beevor, Antony, “La Segunda Guerra Mundial” (Pasado y Presente, 2012).

-Caballero, José Luis, "La guerra en el mar" (Robinbook, 2016).

-Cartier, Raymond, “La Segunda Guerra Mundial”, tomo I (Planeta, 1966).

-Frattini, Eric, "Manipulando la historia" (Temas de Hoy, 2016).

-Keegan, John, “Inteligencia militar: conocer al enemigo, de Napoleón a Al Qaeda” (Turner, 2012).

-Leguineche, Manuel, “Recordad Pearl Harbor” (Temas de Hoy, 2001).

-Leguineche, Manuel, “Pearl Harbor: el cebo”, en La Aventura de la Historia nº 34 (Arlanza, 2001).



viernes, 6 de junio de 2014

Junio de 1944




Como todo el mundo sabe, este mes se cumple el 70º aniversario del inicio de una de las más importantes batallas de la Segunda Guerra Mundial: la Operación Bagration, que supuso la destrucción del Grupo de Ejércitos Centro alemán en el Frente del Este. Fue además la primera vez que el Ejército soviético tomó la iniciativa en verano y propició su llegada a Polonia y los Balcanes, lo que a su vez tuvo como consecuencias directas que Rumanía y Bulgaria abandonaran el bando del Eje y que los alemanes tuvieran que evacuar Grecia. Además, cuando la batalla terminó la Wehrmacht había tenido cerca de medio millón de bajas y la guerra prácticamente había salido de la URSS después de tres años. En términos numéricos fue la peor derrota sufrida por la Alemania nazi.

Ansioso estoy de recibir noticias de los fastos que sin duda se celebrarán para conmemorar tan trascendental acontecimiento.